Por: Dr José Vicente Martínez Quiñones
El palo de golf de un golfista puede alcanzar velocidades superiores a los 200 km/hora. Es una realidad que el 30% de los jugadores profesionales de golf juegan con alguna lesión, y que entre el 45-50% de los golfistas tienen dolor de espalda.
Todo jugador de golf que mantiene un entrenamiento regular sabe que el control del vuelo y destino de la bola dependen del alineamiento de la cara del palo, de la travesía del swing, del ángulo de ataque y de la velocidad.
De forma muy simple podemos decir que movemos la cabeza en distintos planos gracias al raquis cervical (cuello), que permitiría, por medio de sus vértebras, alcanzar distintos arcos de movimiento: flexión, extensión y rotación, tanto de forma pura como combinada.
Cuando realizamos movimientos bruscos con el cuello (flexo-extensiones o lateralizaciones bruscas, sobre todo si se añaden a cierto grado de rotación), podemos ocasionarnos pequeños desgarros de los ligamentos que unen las vértebras cervicales y sufrir dolor cervical. Este dolor induciría cierto grado de limitación en los arcos de movimiento cervical, contracturas musculares o bloqueos articulares (tortícolis). Una mala cura y/o una excesiva repetición de movimientos inadecuados podrían inducir lesiones más relevantes, como dolor irradiado al brazo o sensación de inestabilidad o mareo.
Este tipo de síntomas se producen, con mucha frecuencia, cuando se sufre un accidente de tráfico al ser alcanzado el vehículo en el que uno se encuentra por otro, especialmente si resulta inesperado, de manera que la musculatura del cuello se encuentra relajada, no limitando el rango de movimiento (mecanismo de latigazo cervical). Por lo general, los daños estructurales son pequeños y suele evolucionar hacia la cura sin secuelas. De igual forma, cuando se rompe la coordinación de los patrones de movimiento por un mal posicionamiento durante el stand o una cabeza excesivamente desplazada (foto 1), puede ocurrir que forcemos el cuello durante la travesía del swing (inadecuada rotación del mismo). No tiene porque pasar nada, pero la reiteración de esos malos gestos puede favorecer que se alteren las articulaciones de las vértebras cervicales (pequeños desgarros ligamentarios, inflamaciones articulares, desgaste discal, etc.). Cuanto más alteraciones se vayan sucediendo, mayor compensación será necesaria y, junto a ella, una menor consistencia en nuestro juego. Si no le damos importancia y seguimos practicando golf, iremos empeorando las articulaciones cervicales y cronificando el cuadro. En ultimo extremo se puede originar una hernia discal cervical (foto2).
El jugador de golf debe concienciarse en que un adecuado calentamiento (programa motor generalizado) y una técnica depurada (sincronización y coordinación de movimientos; promoción de una buena postura) son los mejores aliados para conseguir un mejor rendimiento y evitar lesiones.
Si no consultamos con nuestro médico y nos automedicamos, podremos mejorar los síntomas pero no poner remedio al mecanismo de producción de la dolencia.
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